martes, 9 de agosto de 2011

Campanopolis





Una aldea medieval a poca distancia de la bulliciosa ciudad de Buenos Aires, aproximadamente una hora. Todo un día de "medievalidad". Mi primer evento como miembro de una agrupación recreacionista.


La mañana empezó temprano, a las 5 de la mañana para ser mas precisos, hora en que el despertador me arranco de mi sueño reparador.
De camino al baño me cruzo con mi viejo quien, en una muestra de heroísmo digna de las Sagas, se ofreció a llevarme desde mi hogar en Villa Ballester hasta la casa de Rory Mor Craig, líder del Clan de Jabalí Rojo, desde donde saldríamos todos en micro hacia Campanopolis; con el pretexto de que "un domingo es imposible conseguir transporte público y mas a esa hora".

La agitación reina en la casa del líder escoces, armas armaduras y equipos, junto con ropas medievales y soñolientos recreacionistas yacen sobre los sillones y en el piso.
Los que están demasiado emocionados como para que el sueño los venza(los mas nuevos, y los mas impulsivos de los veteranos)caminan por las paredes, llevando y trayendo cajones, mochilas, bolsos y bultos informes de la entrada a la casa y viceversa. Todos haciéndose la misma pregunta: ¿Donde esta el micro?.
Una hora tarde aparece el transporte que, empleando la vieja técnica del pasamanos es cargado
en tiempo récord, con lo que la salida no se hace esperar.
Con el tiempo pisándonos los talones, llegamos a Campanopolis. La aldea de ensueño arrebato de mis ojos todo el cansancio que me pudiese quedar, con sus edificaciones y paisajes, pero poco habría de durar el pacifico disfrute, pues contábamos con apenas minutos para armar el campamento y transformar una pila de adormecidos porteños en vikingos, highlanders y legionarios.
Con la determinación que caracteriza a la falta de tiempo, los tres grupos que viajábamos en ese micro armamos rápidamente nuestros campamentos, y nos vestimos a tiempo para las primeras camadas de visitantes que, en la entrada, fuimos a recibir ataviados como guerreros.
Sin saber en muy bien en que nos metíamos, los nuevos nos calzamos el equipo bélico de nuestros compañeros que no pudieron asistir y, antes de darnos cuenta estábamos simulando formaciones de batalla, entonando gritos de guerra, respondiendo a las ordenes de nuestro Jarl Sviatosláv mientras encarnábamos fieros guerreros Vikingos.

Poco tiempo quedo para recorrer la aldea, ya que el campamento demando trabajo casi constante pues preparar la comida, arduo trabajo de las mujeres, iba de la mano con preparar y encender la fogata en la que se cocinaría. Troncos y tocones debieron acarrearse hasta el campamento para poder sentarse, pues la jornada seria larga y necesitaríamos descansar las piernas.

La primera batalla llego de forma inesperada cuando las mujeres del campamento avistaron una
avanzada romana que se dirigía hacia nosotros. Rápidamente nuestro Jarl llamo a las armas y siempre pertrechados con nuestras cotas de malla, solo hizo falta tomar yelmos, hachas y seaxes para hacer frente a la pared de escudos romanos que bajaba la colina. Formando nuestra propia pared de escudos enfrentamos la amenaza que se acercaba por la loma.
Al grito de guerra unisono, ambas paredes de escudos chocaron con el sonido del trueno dando comienzo a la primera y brutal batalla del día. La victoria esta vez fue para los romanos, pero no
seria el ultimo enfrentamiento de la jornada.
El resto de la mañana se desarrollaría sin mas peripecias, mientras que Sviatosláv se dedicaba a dar charlas sobre el estilo de vida de
los escandinavos en la era vikinga; el resto de los hombres nos encargábamos de las tareas del campamento y las mujeres encaraban la aparentemente interminable tarea de preparar un delicioso guiso. Me tomo el espacio para admirar su dedicado trabajo, sin el cual no habrían existido fuerzas para continuar el día.



En el día se realizaron otras dos batallas, esta vez con intervención de los feroces y aguerridos escoceses, a pesar de la cual los romanos, luchando fieramente, demostraron que ese día no aceptarían la derrota.
Los caballeros se dedicaron a enfrentar espadas entre si, en
clásicos duelos, mientras que los teutones parecían estar en todos lados a la vez, ya que recorrieron toda la aldea.

Hacia el final de la tarde, todos los grupos fueron convocados a un desfile por la aldea, en el cual marchamos detrás de nuestro gaitero enarbolando las banderas de las respectivas agrupaciones.
Todo culmino en una reunión en la que, con danzas y chistes se dio por finalizada la feria de Campanopolis.

Los campamentos fueron desarmados con un poco de pesadez; proveniente tal vez, del sentimiento de saber que dejaríamos ese lugar mágico, donde por un día, pasamos de ser
hombres y mujeres medievales en el siglo XXI, a ser hombres y mujeres visitados por extraños forasteros, que provenientes del futuro, llegan con sus aparatos que toman retratos y esos extraños objetos con botones con los cuales hablan con gente que esta muy lejos...

Otra vez convertidos en personas de este siglo, con su stress y sus redes sociales, abandonamos Campanopolis al ritmo del sol que, como si fuese parte del evento, se escondía mientras el ultimo transporte abandonaba el lugar.

Locos, frikis,raros... ninguno de esos adjetivos existe en Campanopolis, donde aunque sea un par de días al año, al medioevo vuelve a la vida.

2 comentarios:

  1. La verdad, un relato excelente. ¡Algún día voy a participar de uno de esos encuentros!

    ¡Salve!

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  2. Me encanto, como podemos participar de estos eventos????

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